Tarumba

Aqui dejo esta poesia.

Jaime Sabines Gutiérrez (Tuxtla Gutiérrez, Chiapas; 25 de marzo de 1926 - Ciudad de México; 19 de marzo de 1999)

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Tarumba (1956)

Tarumba.

Yo voy con las hormigas
entre las patas de las moscas.
Yo voy con el suelo, por el viento,
en los zapatos de los hombres,
en las pezuñas, las hojas, los papeles;
voy a donde vas, Tarumba,
de donde vienes, vengo.
Conozco a la araña.
Sé eso que tú sabes de ti mismo
y lo que supo tu padre.
Sé lo que me has dicho de mí.
Tengo miedo de no saber,
de estar aquí como mi abuela
mirando la pared, bien muerta.
Quiero ir a orinar a la luz de la luna.
Tarumba, parece que va a llover.

A la casa del día

A la casa del día entran gentes y cosas,
yerbas de mal olor,
caballos desvelados,
aires con música,
maniquíes iguales a muchachas;
entramos tú, Tarumba, y yo,
Entra la danza. Entra el sol.
Un agente de seguros de vida
y un Poeta.
Un policía.
Todos vamos a vendernos, Tarumba.

Ay, Tarumba

Ay, Tarumba, tú ya conoces el deseo.
Te jala, te arrastra, te deshace.
Zumbas como un panal.
Te quiebras mil y mil veces.
Dejas de ver mujer en cuatro días
porque te gusta desear,
te gusta quemarte y revivirle,
te gusta pasarles la lengua de tus ojos a todas.
Tú, Tarumba, naciste en la saliva,
quién sabe en qué goma caliente naciste.
Te castigaron con darte sólo dos manos.
Salado Tarumba, tienes la piel como una boca
y no te cansas.
No vas a sacar nada.
Aunque llores, aunque te quedes quieto
como un buen muchacho.

La mujer gorda

La mujer gorda, Tarumba,
camina con la cabeza levantada.
El cojo le dice al idiota: Te alcancé.
El boticario llora por enfermedades.
Yo los miro a todos desde la puerta de mi casa,
desde el agua de un pozo,
desde el cielo,
y sólo tú me gustas,
Tarumba, que quieres café y que llueva.
No sé qué cosa eres,
cuál es tu nombre verdadero,
pero podrías ser mi hermano o yo mismo.
Podrías ser también un fantasma,
o el hijo de un fantasma,
o el nieto de alguien que no existió nunca.
Porque a veces quiero decirte: Tarumba,
¿en dónde estás?

En este pueblo

En este pueblo, Tarumba,
miro a todas las gentes todos los días.
Somos una familia de grillos.
Me canso.
Todo lo sé, lo adivino, lo siento.
Conozco los matrimonios, los adulterios,
las muertes.
Sé cuándo el poeta grillo quiere cantar,
cuándo bajan los zopilotes al mercado,
cuándo me voy a morir yo.
Sé quiénes, a qué horas, cómo lo hacen,
curarse en las cantinas,
besarse en los cines,
menstruar,
llorar, dormir, lavarse las manos.
Lo único que no sé es cuándo nos iremos,
Tarumba, por un subterráneo,
al mar.

A caballo

A caballo, Tarumba,
hay que montar a caballo
para recorrer este país,
para conocer a tu mujer,
para desear a la que deseas,
para abrir el hoyo de tu muerte,
para levantar tu resurrección.
A caballo tus ojos,
el salmo de tus ojos,
el sueño de tus piernas cansadas.
A caballo en el territorio de la malaria,
tiempo enfermo,
hembra caliente,
risa a gotas.
A donde llegan noticias de vírgenes,
periódicos con santos,
y telegramas de corazones deportivos como una
bandera.
A caballo, Tarumba, sobre el río,
sobre la laja de agua, la vigilia,
la hoja frágil del sueño
(cuando tus manos se despiertan con nalgas),
y el vidrio de la muerte en el que miras
tu corazón pequeño.
A caballo, Tarumba,
hasta el vertedero del sol.

Después de leer tantas páginas

Después de leer tantas páginas que el tiempo escribe con mi mano,
quedo triste, Tarumba, de no haber dicho más,
quedo triste de ser tan pequeño
y quedo triste y colérico de no estar solo.
Me quejo de estar todo el día en manos de las gentes,
me duele que se me echen encima y me aplasten
y no me dejen siquiera saber dónde tengo los brazos,
o mirar si mis piernas están completas.
"Abandona a tu padre y a tu madre"
y a tu mujer y a tu hijo y a tu hermano
y métete en el costal de tus huesos
y échate a rodar, si quieres ser poeta.
Que no esclavicen ni tu ombligo ni tu sangre,
ni el bien ni el mal,
ni el amor consuetudinario.
Tienes que ser actor de todas las cosas.
Tienes que romperte la cabeza diariamente
sobre la piedra, para que brote el agua.
Después quedarás tirado a un lado
como un saco vacío
(guante de cuero que la mano de la poesía usó),
pero también quedarías tirado por nada.

Yo me quejo, Tarumba, de estar sirviendo a la poesía y al diablo.
Y a veces soy como mi hijo, que se orina en la cama,
y no puede moverse, y llora.


Oigo palomas en el tejado del vecino

OIGO PALOMAS EN EL TEJADO DEL VECINO,
Tú ves el sol.
El agua amanece,
y todo es raro como estas palabras.
¿Para qué te ha de entender nadie, Tarumba?,
¿para qué alumbrarte con lo que dices
como con una hoguera?
Quema tus huesos y calíentate.
Ponte a secar, ahora, al sol y al viento.


¿Qué putas puedo hacer...?

¿Qué putas puedo hacer con mi rodilla,
con mi pierna tan larga y tan flaca,
con mis brazos, con mi lengua,
con mis flacos ojos?
¿Que puedo hacer en este remolino
de imbéciles de buena voluntad?
¿Que puedo con inteligentes podridos
y con dulces niñas que no quieren hombre sino poesía?
¿Que puedo entre los poetas uniformados
por la academia o por el comunismo?
¿Que, entre vendedores o políticos
o pastores de almas?
¿Que putas puedo hacer, Tarumba,
si no soy santo, ni héroe, ni bandido,
ni adorador del arte,
ni boticario,
ni rebelde?
¿Que puedo hacer si puedo hacerlo todo
y no tengo ganas sino de mirar y mirar?


La primera lluvia del año

La primera lluvia del año moja las calles,
abre el aire,
humedece mi sangre.
¡Me siento tan agusto y tan triste, Tarumba,
viendo caer el agua desde quién sabe,
sobre tantos y tanto !
Ayúdame a mirar sin llorar,
Ayúdame a llover yo mismo sobre mi corazón
para que crezca como la planta del chayote
como la yerbabuena.
¡Amo tanto la luz adolescente
de esta mañana
y su tierna humedad !
¡Ayúdame, Tarumba, a no morirme,
a que el viento no desate mis hojas
ni me arranque de esta tierra alegre


Amanece la sangre doliéndome

AMANECE LA SANGRE DOLIÉNDOME
y el cigarro amargo.
La herida de los ojos abierta para el alcohol del sol.
Y una fatiga, un cansancio, un remordimiento de estar vivo.
¿A quién le hago el juego, Tarumba?


(Perdóname. Tú sabes que digo esas cosas por decir algo.
Es un remordimiento de estar muerto.)


Mi mujer y mi hijo esperan allá fuera,
y yo me quejo.
Voy a comprar unas frutas para los tres;
me gusta ver que mi hijo brinca en el vientre de su madre
al olor remoto de los mangos.


(Cuando nazca mi hijo, Tarumba, tú le vas a enseñar
los árboles y los caballos.)

Comentarios

Isabel Garay ha dicho que…
un hermoso regalo en esta tarde lluviosa en las montañas
Edgar I. Martínez ha dicho que…
Me alegra que os podáis pasar un buen momento, gracias por escuchar la poesía, un saludo